Quizás nunca sepamos a ciencia cierta qué sucedió aquel
dÃa entre José MartÃ, Antonio Maceo y Máximo Gómez. En el silencio del monte,
en medio de las turbulencias de una guerra que recién iniciaba, las palabras se
cruzaron con una velocidad inusitada, y a lo mejor se cruzaron también algo más
que palabras.
Aquel cubano inmortal, de poco más de un metro y sesenta
centÃmetros decidÃa enfrentar por fin sus ideas con las de dos hombres curtidos
ya en las guerras precedentes. No menos cultos, Maceo y Gómez no se dejarÃan
convencer por la fuerza de las palabras vertidas por el estratega principal de
la contienda.
De lo poco que se supo después sobre cuanto allà se dijo
(y se hizo), sobresalió una decisión
unánime: reafirmar como Mayor General del Ejército Libertador a José MartÃ.
Frente a las ideas disidentes, a las discordias entre unos y otros, a la
oposición a determinados planteamientos y visiones; frente a las
incomprensiones y al derecho a pensar diferente, el objetivo central continuó
invariable.
El pensamiento único, inamovible, repetitivo, de calco,
nunca ha sido caracterÃstico del hombre como especie. La palabra divergente, la
idea contraria, la oposición de pensamiento nos ha posibilitado sobrevivir.
Quizás a Charles Darwin, en su teorÃa sobre la evolución de las especies, le
faltara agregar una de las cualidades que nos ha hecho llegar hasta aquÃ: ser y
pensar diferentes.
Solo en el debate de ideas contrapuestas podrá
encontrarse la verdad, si aun y a pesar de todo, la verdad existiese. La
unanimidad, la falsa unidad de pensamiento solo conduce a espejismos, y los
espejismos como a Narciso, nos harán enamorarnos de nuestro propio reflejo para
luego caer al lago y morir ahogados.
Lo natural está en lo diferente que no siempre significa
contrario, opuesto. La unidad real, la que producirá cambios sólidos y
permitirá pasos firmes, se dará gracias al reconocimiento de la diversidad de
criterios, caminos y opciones.
Pese a todo, MartÃ, Gómez y Maceo defendÃan ideas
esenciales, vitales, trascedentes. Y su unidad por sobre las diferencias los
hizo fuertes y los reafirmó como sÃmbolos de una nación que no podrá adaptarse
nunca al voto unánime donde hay mucho diferente por decir.
El dÃa que el disentimiento ya no sea pecado, que la norma
sea el debate abierto y franco de ideas diferentes, que la verdad no sea una sino
muchas, que la razón no sea de unos pocos sino de muchos, donde esos muchos
tengan cada uno su voz para el ejercicio del libre pensamiento, ese dÃa y solo
ese dÃa, la nación será más fuerte y el
futuro más cierto. (Por Eduardo Pérez Otaño)
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