Por Yassel A. Padrón Kunakbaeva
Durante
mucho tiempo los cubanos hemos escuchado hablar acerca de nuestro
subdesarrollo. Académicos de toda clase polemizan acerca de las causas que
puede tener: que si tiene que ver con el modelo de colonización española, que
si se debe al monocultivo y a la monoproducción, etc. No faltan incluso las
explicaciones racistas que apuntan a echarle la culpa a la presencia de los
negros traídos de África. Pero de lo que casi nadie habla es de las
posibilidades de desarrollo que puede tener Cuba. Nadie nos ha explicado cómo
puede Cuba llegar a ser un país desarrollado.
Cuando
se mira un mapa económico del mundo salta a la vista que existe un reducido
club de países que van en primera clase: son aquellos que se subieron al carro
del capitalismo imperialista a finales del siglo XIX y principios del XX,
Norteamérica, Europa, Japón y Australia. Esos no cuentan para nuestro análisis,
ya que es imposible que ningún país pueda subir por la escalera que ellos
subieron. Si se quiere encontrar modelos de desarrollo que puedan servir para
Cuba, estos tienen que ser buscados en el Tercer Mundo, en países que lograron
vencer el subdesarrollo. No se trata, por supuesto, de ir en busca de una
receta para aplicarla al pie de la letra. Se trata de aprender de la
experiencia acumulada en otras partes del mundo para construir con calidad
nuestro propio modelo.
Los
ejemplos más fehacientes de victoria sobre el subdesarrollo se encuentran en el
Lejano Oriente, en el grupo de países conocidos como los tigres asiáticos.
Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Vietnam, Hong Kong; y por supuesto, no se
puede olvidar al gran dragón, China. Pero el caso de China no nos sirve: se
trata de un país demasiado grande, imposible de comparar con el nuestro. El
caso más útil de todos es el de Vietnam, un país socialista como Cuba, que
además tiene un clima tropical y un territorio largo y estrecho. Vietnam libró
una de las guerras más heroicas de la historia, quedó devastado, y hoy por hoy
compite en las listas de desarrollo económico. Se trata de un caso digno de
estudio.
Por
supuesto, cualquiera puede cuestionar la posibilidad de aplicar los métodos de
las economías asiáticas aquí en Latinoamérica. Después de todo, la región tiene
dos siglos de trayectoria capitalista y no ha dado un solo caso de país altamente
desarrollado. Los que más se acercan son Uruguay y Costa Rica, que son
excepciones a la regla. Los augures del fatalismo geográfico aseguran que Cuba
está condenada al subdesarrollo. Además, afirman que, si la isla alguna vez
tuvo un chance de progresar, ella misma se encargó de echarlo por tierra al
abrazar la causa del comunismo. Perdidos estaríamos, si le hiciéramos caso a
estos augures.
Pero
analicemos cual es la causa fundamental del fracaso del capitalismo
latinoamericano y que también da la clave para entender el éxito de los tigres.
En América Latina solo se han construido economías de factoría enfocadas hacia
el mercado internacional, no ha habido la voluntad de construir sistemas
económicos que tengan su centro en sí mismos. La clase política de los países
latinoamericanos, así como su oligarquía, han estado vendidos al capital
extranjero y nunca han gobernado para sus respectivos países. Por el contrario,
en los tigres asiáticos el estado ha mantenido una política independiente de
intervención sobre la economía, en función de los intereses nacionales. Ese ha
sido el denominador común, el estado fuerte, a pesar de las diferencias entre
un sistema socialista de partido único (Vietnam), una democracia parlamentaria
en estado de alerta permanente (Corea del Sur) y una dictadura militar
(Singapur).
Pues
resulta que Cuba tiene, por su particular historia, mejores condiciones que
ningún otro país latinoamericano para seguir el camino de los tigres asiáticos.
Es cierto que, desde cualquier indicador económico que se mire, Cuba es uno de
los países más atrasados de la región. Es cierto que nuestros volúmenes de
producción y exportación son mínimos, y que parece que estamos por detrás de la
mayoría de los países latinoamericanos. Pero tenemos algo que ellos no tienen,
independencia, y un estado fuerte al que nadie le puede impedir intervenir en
la economía. La independencia, prácticamente el mayor legado que nos dejara
Fidel Castro, podría convertirse en un recurso invaluable si lo supiéramos
utilizar.
Por
supuesto, antes de pensar en cualquier desarrollo sería necesario el final del
bloqueo. Cuba necesita resistir hasta que los norteamericanos se den por
vencidos en su afán de destruir la revolución y se decidan a negociar con una
Cuba socialista. Es decir, hasta que se resignen a tener en el patio a una
Vietnam caribeña. Ya no falta mucho para eso.
En un
contexto de no bloqueo, Cuba podría utilizar el bajo precio de su mano de obra
y su cercanía a los Estados Unidos para llevar a cabo un despegue económico.
Las manufacturas que hoy se instalan en China, podrían instalarse en el Mariel,
en Santa Cruz del Norte, en Nuevitas. Pero, además, Cuba podría aprovechar el
potencial creado por la revolución para convertirse en una potencia en el área
de las altas tecnologías: biotecnología, electrónica, robótica y
telecomunicaciones. El atraso de Cuba en cuanto a infraestructura tecnológica
podría usarse positivamente, instalando aquí directamente lo más avanzado y
experimental que hay en el mundo, a gran escala.
Nada
sería fácil, ni color de rosa; un contexto de crecimiento económico acelerado e
intercambio comercial con Estados Unidos provocaría grandes presiones sociales,
culturales y económicas. Con más razón Cuba debería seguir siendo socialista,
comprometida con los valores nacionales y con la ayuda a los más débiles.
También debería evitarse retornar a la dependencia con Estados Unidos, para lo
cual puede servir una mayor diversidad de las fuentes de inversión. Además,
está el problema demográfico, el envejecimiento poblacional. Sería muy deseable
que, en ese contexto, los cubanos en el exterior comenzaran a retornar y
trajeran consigo su dinero para invertirlo aquí.
Por
supuesto, Cuba no dejaría de ser un país turístico, pero al menos dejaría de
ser un país solo turístico, con todos los males que eso trae. Lo que sí se
debería es extremar, en ese escenario, las medidas de protección del medio
ambiente, que se encontraría en serio peligro.
Estas
son solo algunas ideas, quizás demasiado optimistas, sobre cómo podría ser el
futuro de Cuba. Me parece que se mueven por completo dentro del espíritu de los
lineamientos del Partido. El tiempo dirá si nuestra nación está destinada a
vencer, económicamente hablando, o no. Necesitamos esa victoria, por nuestros
hijos y nuestros nietos.
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