Por René Fidel González GarcÃa
Tomado de Sin permiso
¿Y quién sois vos, preguntó el orgulloso señor,
para haceros tales reverencias? Sólo soy un gato con diferente
pelaje,
y esa es toda la esencia; con pelaje dorado o pelaje carmesÃ, el
león garras sigue teniendo, y las mÃas son tan largas y afiladas, mi señor,
como la que vais exhibiendo.
De esa manera habló, eso fue lo que dijo el Señor de Castamere,
pero ahora las lluvias lloran en sus salones, y nadie oÃrlas puede.
Si, ahora las lluvias lloran en sus salones,
y ni un alma oÃrlas puede.
Las
lluvias de Castamere
El silencio se aprende. Todas las sociedades tienen su propia cultura de aprendizaje del silencio. Aunque esto varÃe mucho de acuerdo al grupo o clase social a la que pertenezcan los adultos e infantes involucrados, y al nivel y prácticas culturales del entorno familiar, los patrones de comportamiento exigidos por los adultos hacen del silencio, ya desde el hogar, ante niños y niñas cada vez más autónomos y proactivos, la piedra angular, o el recurso último, para el logro del respeto de la disciplina y las normas de comportamiento.
Un dato importante porque constituye una de
las primeras asociaciones que hacen los niños y niñas entre el poder, la
obediencia y el silencio; en el mismo sentido, las creencias, expectativas y
experiencias – también los fracasos, cautelas y las formas de lograr el éxito –
que tengan los adultos sobre el entorno social, laboral o polÃtico, son fuertes
condicionantes de la reproducción del silencio.
Pero si es a través del contexto y las
dinámicas familiares donde el silencio es apreciado por niños y niñas como un
evento, o como una conducta exigida y disciplinaria, es también donde aprenden
a usarlo como una estrategia comunicacional. Para cuando lleguen a los primeros
grados de escolaridad, y después, a lo largo del sistema educativo, la habrán
visto ya ser empleada miles de veces por los adultos. El silencio no ya esta
vez como la imposibilidad de poder expresar sus convicciones, intereses o
ideas, no ya como la experiencia de no ser tomado en cuenta, o escuchado, sino
como una manera de expresar significados y contenidos, o de ocultarlos, de
posicionarse ante los otros, el silencio como intencionalidad.
La zona de confluencia tanto de la
experiencia del silencio, como de su aprendizaje como estrategia, que puede
ocurrir en la familia y la educación, es el sistema de instituciones. A su
interior se producen la mayorÃa de las dinámicas e interacciones que afectarán
los diferentes contextos de desarrollo de las personas.
Las sociedades silenciosas expresan ese
acumulado negativamente. Un acumulado que defrauda sistemática y sostenidamente
las funciones de las instituciones hasta pervertirlas y alejarlas de sus
aportaciones más trascendentales como creaciones e instrumentos de carácter
público, y lo que es aún más grave, hasta conducirlas al debilitamiento o
ruptura de sus nexos sistémicos como estructuras de comunicación y solución de
los intereses, necesidades, los conflictos y las aspiraciones de los ciudadanos
de los que depende su eficacia y su carácter democrático.
Aunque ciertamente la instauración del
silencio como caracterÃstica de una sociedad tiene también una estrecha
relación con el manejo generacional previo, este depende mayormente del grado
de estimación, relevancia y jerarquÃa social y polÃtica que una sociedad
conceda al diálogo como soporte de su funcionamiento, la toma de las decisiones
públicas y la garantÃa de su transparencia.
Ese argumento sugiere algunas premisas de una
sociedad silenciosa: el silencio y el discurso son apropiados según los
diferentes intereses sociales, polÃticos y económicos, como parte de
estrategias de distribución, uso y conservación del poder; cuando el discurso
expresa al poder, y es importante a las relaciones sociales, las clases o los
grupos intentan apropiárselo o monopolizarlo, reservándose su uso, e imponiendo
el silencio a la mayorÃa de las personas; ese ejercicio de apropiación y/o
monopolio del discurso requiere de un lenguaje y vocabulario propio que enuncie
y medie su comunicación y comprensión, y que es imprescindible para el logro
sistemático de la hegemonÃa polÃtica; cuando por el contrario el silencio es
importante, las clases y los grupos se lo apropian, o tienden a monopolizarlo,
reservando o relegando la producción difusa de discursos a las mayorÃas,
mientras unos pocos actores silenciosos toman las decisiones cruciales de una
sociedad [1].
Las sociedades en que los procesos de control
del silencio y el discurso, o sea la lucha por la hegemonÃa del silencio, se
vuelven centrales a su funcionamiento, son aquellas en las que dichos procesos
se han instaurado internamente como tales, sin ser asumidos como una
contradicción muy grave por la mayorÃa de la población.
Son sociedades que han funcionado y muchas
veces alcanzado sus metas de desarrollo a partir de la no jerarquización y entronizamiento
del diálogo como eje de las formas de comportamiento polÃtico, esto es:
participación, negociación, confrontación, acuerdo y compromiso con los
resultados, o que experimentan crisis en las que avanzan rápidamente a la
construcción de diseños sociales y polÃticos que permitan el logro de la
hegemonÃa del silencio por parte de minorÃas étnicas, polÃticas, económicas y
culturales.
Si bien los dos casos anteriores pueden
proporcionar a los individuos, grupos, o a un sistema polÃtico en su conjunto,
la ilusión de manejar sin demasiados esfuerzos, y sobre todo sin aparentes
competencias las contradicciones más coyunturales o estratégicas, e incluso
reforzar dentro de procesos de negación – contenidos o no en la producción de
discursos – la percepción de un flujo de comunicación y resolución de intereses
conflictivos muy eficiente, las sinergias resultantes conducen a un fenómeno de
polarización negativa de los sujetos, actores polÃticos y de individuos
ubicados en toda la gama del tejido social, que se expresa en la subjetivación
y psicologización colectiva de los déficits dialogales y la construcción de
cuatro tropos: el Yo, el
Ellos, el Nos, y el Otros.
La naturaleza auto-referencial y referencial
de dichos tropos en el escenario disfuncional de las sociedades silenciosas
contiene y explicita los diferentes grados de hostilidad, otredad, y
desconexión social y polÃtica que ella genera. El Yo,
referencia a la singularidad y primacÃa de lo personal, expresión del
individualismo y la deificación de lo individual y privado como paradigma de
éxito; el Ellos, referencia
directa a las clases y decisores polÃticos y económicos, expresión de la
relación asincrónica que sostienen con ellas, la debilidad y/o ausencia de
control polÃtico y jurÃdico sobre las mismas, la frustración; el Nos,
auto referencial de la pertenencia a cualesquiera de los polos a los que se
pertenece – étnicos, culturales, de género, polÃticos, sociales, etc. –
ambivalente tanto como descubrimiento orgulloso de la identidad común, o como
indicativo de memoria desgraciada de una minorÃa, o condición impotente de una
mayorÃa; el Otros, referencial a
la ecologÃa polÃtica que lastra, expresión de la indiferencia social y
polÃtica, la invisibilización y la ausencia de solidaridad.
Aunque en realidad el uso instrumental de
tres de estos tropos en las sociedades silenciosas esté básicamente restringido
al lenguaje, ellos transfieren, de diversas formas, los fundamentos
psicológicos de la discriminación, el odio y la intolerancia a lo largo de la
estructura social hasta alcanzar las estructuras polÃticas.
Éste cuarteto trópico permanecerá también
durante la alternancia de los periodos de apropiación, control y monopolio del
discurso y del silencio, periodo éste último en que la producción de manera
difusa de discursos sobre múltiples aspectos de la realidad es relegada a las
mayorÃas como elemento intermitente de la cultura polÃtica de las sociedades
silenciosas, o promovida y tolerada en sectores intelectuales como
pronunciamientos, disquisiciones e investigaciones sobre diversos contextos de
la sociedad por su escasa – o nula – importancia en relación a la toma y
ejecución de decisiones que realizan minorÃas que actúan
silenciosamente.
No hay que olvidar nunca que estos tropos no
expresan tan sólo la subjetividad de los hablantes, sino que se refieren
fundamentalmente a las situaciones, a la propia objetividad que los genera,
siendo ellos mismos plataformas de acceso a esa realidad a partir de las
experiencias y la reflexividad de las personas.
Es en esta cualidad donde el auténtico
potencial encapsulador de la identidad polÃtica – y de lo polÃtico – en una
sociedad silenciosa de estos tropos se revela como particularmente sensible a
sus posibilidades de funcionamiento sostenible. Nuevas generaciones que crezcan
tanto al margen de la lucha por la hegemonÃa del silencio, como desconectados
de los contenidos de su discurso central, pero insertos ellos mismos dentro de
procesos de experiencia y/o aprendizaje del silencio como estrategias
individuales, sociales y polÃticas, estarán cada vez más familiarizados con su
uso como un sistema de compresión total de la realidad.
Algunas de las preguntas que subyacen detrás
de todo lo planteado indagan, en nuestro caso, y ante los enormes retos que
enfrentamos como sociedad y proyecto de emancipación humana, sobre todo en la
cosmovisión, el ethos, que sostiene la
comprensión del mundo social y polÃtico de cubanas y cubanos, pero también
recaen sobre la calidad de la formación, las prácticas, creencias e ideales
sociales y polÃticos de los que avanzan a metas educativas e instructivas
superiores que le asignarán puestos de particular importancia dentro de
una sociedad.
La meta de formar un individuo crÃtico,
autónomo y deliberativo, socialmente proactivo dentro de un proyecto social y
polÃtico que no ha abandonado, a pesar de retrocesos, ensayos y errores –
también de sus éxitos – la idea de una sociedad de justicia no trata, en ningún
caso, de darles condicionamientos, normas sociales y creencias que le permitan
soportar estoicamente una vida de trabajador asalariado del Estado – o de
capitalistas particulares – , como tampoco de hacerles creer su predestinación
y superioridad social y polÃtica con base a sus esfuerzos y logros de
conocimientos y méritos profesionales o cientÃficos y culturales, mucho menos
de su estatus económico, sino por el contrario, de lograr su máximo despliegue
social y polÃtico, del que depende su realización humana.
La educación, y más especÃficamente, la
matriz de educación cÃvica y su propuesta de carga axiológica republicana, son
en tal sentido estratégicas para la formación en Cuba de individuos en la
identidad, los principios y las prácticas que sustentan el modelo de sociedad
polÃtica deseada a contramarea de la alcanzada. Pero el desarrollo de esas
potencialidades pre figurativas de lo polÃtico – y de la polÃtica, como forma
de relacionarnos – en la educación implican, necesariamente, el aprendizaje de
la democracia, no ya como una referencia a la meta de diseño e ingenierÃa del
Estado y su sistema polÃtico, sino como parte de un proceso racional que
exprese una metodologÃa compartida de funcionamiento y despliegue social de los
cubanos. No asumirlo, a tiempo y en todas sus dimensiones, nos conducirá
a la reproducción de los enajenados, obedientes, y cabe decir, silenciosos
estadanos que tan necesarios le son a ésta última modernidad capitalista que
enfrentamos, como también a las posibilidades de una restauración capitalista
en nuestro paÃs, expresión concreta, desde cualquier ángulo, de nuestra
derrota.
Pensando en tres sillares: Constitución,
Democracia, y CiudadanÃa subrayo, por último, la vieja idea republicana que los
conecta en la convivencia de diferentes proyectos y visiones, y que reivindica
para sÃ, y en esa lógica, la idea de una patria constitucional, o lo que es
igual, el imperio de la Ley, como lÃmite y control del ejercicio del poder y
como condición de la libertad y la igualdad plena para todos, de la que depende
siempre la democracia, si es que es auténtica. Sincronizar nuestra sociedad con
esa patria constitucional, es con seguridad la trascendencia civilizatoria más
importante que más allá de las coyunturas se arriesga hoy en Cuba, pero ello no
dependerá sólo de la expansión y realización de lo constitucional, de seguro
porque la raÃz más importante de la construcción democrática se nutre de la
cultura democrática ciudadana, que como sabemos, no se hace en silencio.
Nota: [1] Vid. De Sousa Santos, Boaventura:
SociologÃa jurÃdica crÃtica. Para un nuevo sentido común en el Derecho,
Editorial Trota/ISLA, pp. 144-148.
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