Por Yassel A. Padrón Kunakbeva
No hace mucho, en el podio de las Naciones Unidas, Donald Trump utilizó
para atacar a Venezuela el argumento de que el socialismo es una ideologÃa
fracasada. Acusó directamente al socialismo de provocar la miseria del pueblo
venezolano. Para los que no nos dejamos llevar por estos argumentos tan
simplones queda no obstante una pregunta en el aire: ¿por qué fracasan las
izquierdas? ¿Por qué da la impresión de que el socialismo es incapaz de
construir una economÃa viable? La cuestión obliga a entrar en un espinoso
problema: el de los dilemas a los que se enfrenta un proyecto contrahegemónico
cuando llega al poder.
Desde tiempos remotos, el sueño de todo movimiento revolucionario ha sido
el de romper la continuidad histórica, dejar atrás el vergonzoso pasado y comenzar
desde cero la construcción de un mundo mejor. Para ejemplificar esta posición
vale la pena utilizar como metáfora una escena de Juego de Tronos. La popular
serie, como es sabido, penetra continuamente en las profundidades de la
polÃtica, lo cual la convierte en un referente muy útil cuando se trata de acercar
estos complejos temas a la comprensión popular.
En la escena en la que DanaerysTargaeryan se encuentra con el enano, la
joven aspirante al Trono de Hierro se ve en la necesidad de hacerle ver qué es
lo que la diferencia del resto de los prÃncipes de Poniente. Es entonces cuando
dice:
“Lannister. Baratheon. Stark. Tyrell. Son sólo rayos de una rueda. Éste
está arriba, después el otro está arriba, y asà sucesivamente, la rueda sigue
girando, aplastando a aquellos debajo. Yo no voy a detener la rueda. Voy a
romper la rueda”
Romper la rueda. Ofrecer a los oprimidos aquello tantas veces prometido y
tantas veces negado. Detener el juego de los poderes hegemónicos. Esa es la
voluntad que alentó en los procesos revolucionarios que conoció la modernidad,
incluyendo a Cuba y Venezuela. Sin embargo, intentar romper la rueda tiene un
precio. La rueda se resiste a romperse y a veces los remedios terminan siendo
peores que la enfermedad.
El ejemplo, en Juego de Tronos, de lo que puede salir mal cuando una
fuerza contrahemónica llega al poder, puede observarse en la ciudad de Meereen,
antiguo emporio esclavista liberado por la Madre de los Dragones. La semejanza
entre Meereen y Venezuela ya ha sido comentada, pero vale la pena recrearla una
vez más. En la ciudad donde los esclavos han sido recientemente liberados, la
situación pronto comienza a deteriorarse y termina convirtiéndose en una
pesadilla.
Lo primero que fracasa cuando un proyecto contrahegemónico llega al poder
es el sueño de que desaparezcan los poderes coercitivos. Una fuerza
revolucionaria triunfa e inmediatamente se encuentra rodeada por los enemigos.
Entre los privilegiados a los que se les ha quitado el poder y los
privilegiados de las naciones vecinas existe una alianza no escrita. En
general, toda revolución debe enfrentarse a la universal resistencia del bloque
de los poderosos: por eso se ve obligada a recurrir a la violencia. Para
defenderse, la fuerza revolucionaria debe construir un poder muy fuerte,
incluso más dictatorial que el que fue derribado. En Juego de Tronos, la
Khaleesi representa el sÃmbolo de ese poder: el poder revolucionario debe tomar
la forma de un trono con mayor necesidad que un poder de legitimidad
tradicional.
En los sistemas que nacen de las revoluciones resulta difÃcil separar que
es lo dictatorial de lo democrático. Ambas cosas confluyen totalmente al
principio. Cuba es el ejemplo perfecto. Durante la década del sesenta se hizo
popular una frase: ¿Elecciones para qué? Sin embargo, todavÃa esto no explica
los fracasos económicos o sociales. Los problemas comienzan después. Surge la
necesidad de decidir qué hacer con los privilegiados derrotados y su cultura,
en aquellos casos, por su puesto, en que estos no han sido eliminados del todo
o expulsados del paÃs.
El problema de la clase derrotada y de su cultura es un problema que
aparece muy claro en los ejemplos de Meereen y de Venezuela. En Juego de
Tronos, Danaerys se ve en la disyuntiva de aniquilar a todo lo que queda de una
antigua civilización o permitir su existencia, aun a riesgo de que estos sigan
conspirando contra ella y de que sus partidarios se sientan ofendidos. La
Rompedora de Cadenas optó por lo segundo. No faltó mucho tiempo antes de que
los Hijos de la ArpÃa pusieran en jaque a su gobierno, con la ayuda incluso de
antiguos esclavos liberados. En Venezuela, Chávez se encontró en una disyuntiva
similar. Tras el golpe de Estado, él podÃa haber radicalizado la revolución y
tomado represalias totales contra la burguesÃa. Sin embargo, no lo hizo. Es por
eso que en Venezuela ha seguido existiendo, reproduciendo su economÃa y su
cultura, la clase cuya hegemonÃa fue barrida por la revolución bolivariana.
Esta clase ha ejercido un influjo corrosivo sobre el proceso, el cual ha
desembocado en la crisis actual.
Como los esclavistas de Meereen, la burguesÃa venezolana cuenta con
aliados en todas partes, los cuales están en todo momento preparándose para
intervenir y restablecer el viejo orden. Aprovechan el descontento de las
propias clases populares para reclutar en ellas a potenciales enemigos del
poder revolucionario. Utilizan, además, todo el poder de los medios de
comunicación globales para imponer su propia versión de los acontecimientos. La
contrarrevolución está servida.
Ahora bien, existe otro dilema que aqueja a todo proyecto
contrahegemónico: el problema económico. Ese merece un análisis particular.
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