Por Boris Milián DÃaz
Uno pudiera preguntarse qué es la normalidad tras ver el
cuadro de devastación que dejó Irma a su paso.
Para la mayorÃa de los cubanos, relacionados con ese tipo
de fenómenos por idiosincrasia de la geografÃa, los preparativos se limitan a
la acumulación de vÃveres dejando en manos de las autoridades todo lo relativo
a la seguridad de las personas e inmuebles. Ha sido asà durante los últimos
cincuenta y ocho años sin que hubiera grandes pérdidas de vidas humanas. Desde el
dÃa anterior -y previendo la llegada del Huracán al Ocidente- las tiendas se
vieron abarrotadas por la mañana y, para cuando llegó la noche, todo era una
cuestión de espera resignada y hasta divertida. Era otro viernes más con la
única diferencia de que presuponÃa el cierre del fin de semana.
Tres dÃas después
las condiciones climatológicas habÃan vuelto a la normalidad dejando -a plena luz del dÃa- un panorama desolador: las calles
cubiertas de escombros, hojas, ramas y árboles arrancados de raÃz. Desde el dÃa
anterior se habÃan ido acumulando en las esquinas a la espera de los
trabajadores de Comunales. Muchos lugares continuaban entonces sin electricidad
y, otros más, sin agua. La zona de la VÃa Blanca quedó completamente obstruida
en varios tramos y el túnel de la Habana inundado. Desde el primer momento se decantó
en las autoridades locales las tareas de recuperación de los daños alegando la
extensión de los mismos.
Los sucesos, en
el margen de una semana, dan una clara idea de la normalidad que subyace debajo
del dÃa a dÃa. En Santo Suárez, municipio de Diez de Octubre, toda una protesta
popular a tres dÃas sin luz o agua -que conllevó a un tÃmido intento de
represión- y que fue acallado al restablecer los servicios. En Guanabacoa un
grupo de mujeres de un asentamiento periférico se presentó con sus hijos en los
portales de la Sede del Poder Popular pues, en ese momento, ni siquiera tenÃan comida
para darles además de que no contaban con atención médica mientras entre los
observadores se comentaba la carencia de medicamentos en los PoliclÃnicos, el
intento de huelga por parte de los trabajadores de comunales -interrumpida por
un contingente de las EJT- y los asaltos en el reparto Chivás que estuvo
apagado durante varios dÃas y bloqueado para el tráfico. Santa Fe, en Playa, el
viernes todavÃa se encontraba a oscuras.
La realidad
parece estar volviendo a sus cauces y -mientras el estado se prepara a
enjuiciar a aquellos que han medrado con la miseria de los otros- uno pudiera
llegar a la conclusión de que no ha sucedido nada extraordinario. Desde los
destrozos hasta la incapacidad para reponerlos son parte de la misma normalidad
que hemos venido fraguando durante años tan sólo que la misma se ha
cristalizado en un espacio muy corto de tiempo en su totalidad. Ya,
sencillamente, no podemos rehuirla.
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