Por Eduardo Pérez Otaño y
Yatziri Mejía
Hoy domingo primero de julio los
mexicanos irán a dormir con la confirmación de un nuevo presidente. Si las
encuestas no cometen otra barrabasada como lo ocurrido con Donald Trump en
Estados Unidos, el Brexit en Reino Unido o el referéndum por la paz en
Colombia, a Los Pinos (residencia presidencial) llegará Andrés Manuel López
Obrador en su tercer intento.
Una campaña electoral demasiado extensa
(más de seis meses si se suman los períodos de campaña y precampaña), llena de
regulaciones y normativas que se cumplen a medias o se violan sin consecuencias
evidentes, y marcada de principio a fin por la violencia, son algunas de las
claves. Sin embargo, las elecciones de este año son las más grandes que se
hayan organizado en el país: además del presidente se eligen 128 senadores, 500
diputados, 9 gobernadores incluido el de la Ciudad de México, además de
diputaciones locales, presidencias municipales, alcaldías, juntas, concejales,
e integrantes de ayuntamientos. En total, 3416 cargos se someterán a elección,
con distritos donde el ciudadano deberá elegir en 8 boletas distintas.
Complejo, como ninguno otra en la
historia mexicana, se antoja este proceso electoral que, por si fuera poco,
presenta otras características que dejan ver la profunda crisis social y
política existente y que, lejos de ser resuelta, se ha profundizado en los
últimos sexenios. Presentamos entonces siete cuestiones sobre el proceso
electoral en México, una suerte de síntesis de aquellos elementos más
distintivos en una campaña histórica para el futuro del país.
El
fin de las ideologías
Las alianzas electorales han puesto en
jaque a las ideologías. La tradicional izquierda mexicana, representada por el
agónico Partido de la Revolución Democrática (PRD), tejió sus lazos con el
Partido de Acción Nacional (PAN) de centroderecha y con Movimiento Ciudadano.
A su vez el Partido Revolucionario
Institucional (PRI), hoy en el gobierno, encontró su salida junto al Partido
Verde Ecologista y el Partido Nueva Alianza (PANAL), en una síntesis del centro
derecha; mientras que el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el
partido emergente en esta contienda y quien ha agrupado a la izquierda en este
país, se ha aliado con el Partido del Trabajo (PT) y con el Partido Encuentro
Social (PES), evangélico y de extrema derecha.
En cualquier caso, frente a las
ideologías han primado los cálculos electoreros. La búsqueda del voto mayoritario
se ha impuesto por encima de los programas históricos de las agrupaciones
políticas, lo que hace cuestionarse la sostenibilidad de estas alianzas más
allá del 1 de julio.
Los amoríos consolidados hace seis meses
se han ido quebrando, en particular en la coalición Por México al Frente con el
candidato Ricardo Anaya, que ha sido la primera en exponer sus fisuras: el
presidente del Senado (militante del PAN) ha presentado una denuncia ante la
Procuraduría General de la República contra el candidato de su propio partido,
mientras que miembros del Comité Ejecutivo Nacional del PRD se han desmarcado
de la candidatura de la coalición de la cual forman parte. Son estas apenas dos
muestras de las fricciones existentes al interior.
Quien asuma la presidencia para los
próximos seis años encabezará un gobierno que, presumiblemente, comenzará de un
modo muy diferente a como termine. Los intereses contrapuestos de las
agrupaciones que lo haya impulsado a la primera magistratura terminarán por
minar sus bases, lo cual le hará muy difícil gobernar, salvo en el caso de
MORENA, donde buena parte de las encuestas dan grandes posibilidades de tener
mayorías en el legislativo y en las gubernaturas.
La
violencia: un actor clave
Más de cien políticos han sido
asesinados en el actual proceso electoral, de los cuales 46 eran candidatos o
precandidatos. Sin importar partidos o filiaciones ideológicas, estas se han
convertido en las elecciones más violentas en la historia mexicana en el año
más violento del sexenio.
La violencia se ha posicionado como un
actor clave en el proceso. Es raro el día en que los medios no anuncian el
asesinato de un político en cualquier rincón del país. Las causas pueden ser
las más diversas: vínculos con el crimen organizado, incumplimiento de acuerdos
con agentes locales del narcotráfico, descontento con las propuestas, o incluso
el crimen por el crimen. Frente a ello la imposibilidad del Estado de brindar
seguridad al proceso o la inoperancia de los organismos judiciales para
procesar a los responsables.
La impunidad y la ineficacia se juntan
para sembrar el miedo. Los muertos son titulares un día y al siguiente pocos se
acuerdan de ellos. Algunos incluso apenas merecen un tuit de compasión con los familiares
y agua pasada. La violencia se ha convertido en algo natural.
La
urgencia del cambio o todos contra el PRI
Cuando el PRI retornó al gobierno en
2012 de la mano de Enrique Peña Nieto, lo hizo capitalizando las esperanzas
depositadas en las propuestas transformadores del entonces candidato. Con su
programa de reformas estructurales, prometía llevar a México al siguiente nivel
de desarrollo y resolver los graves problemas que aquejaban al país luego de la
fallida guerra contra el narcotráfico que había impulsado Felipe Calderón. Recibió
entonces un país ensangrentado, sumido en la violencia y el abandono por parte
del estado, con niveles de inequidad enormes y con un segmento importante de
habitantes en extrema pobreza.
Hoy, deja casi 8 mil casos de homicidio
en el primer trimestre del año luego de un 2017 considerado como el más
violento en dos décadas, con más de cien políticos asesinados en el proceso
electoral, regiones controladas casi en su totalidad por el crimen organizado,
el peso en su mayor devaluación frente al dólar, el precio de la gasolina
alrededor de los veinte pesos (el doble del registrado a inicios del sexenio
cuando llegó a estar en poco más de 10 pesos) y con el 43,6% de la población
sumida en la pobreza (según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la
Política de Desarrollo Social, CONEVAL) de los cuales 9.4 millones se encuentran en la extrema
pobreza.
Por si fuera poco, el 69% de los
mexicanos está en desacuerdo con la gestión del presidente Peña Nieto mientras
que apenas 1 de cada 5 lo respalda. Casos como la Estafa Maestra (gigantesca
trama de corrupción que permitió desvíos millonarios de instituciones del
estado a fondos privados o campañas electorales), la Casa Blanca (caso de
corrupción en el que estuvo involucrado el propio presidente), la nula
actuación del Estado ante los vínculos comprobados en el escándalo de
corrupción de Odebrecht o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa
(aún sin resolución), lastran la imagen no solo del presidente sino del PRI,
quien es asociado a la precaria situación que hoy vive el país.
Todos contra el PRI ha sido una de las
máximas de este proceso electoral. El descrédito ha llegado a niveles
insospechados, a tal punto que han tenido que apostar por un candidato ajeno al
propio partido, lo que ha generado importantes divisiones internas. Los sondeos
adelantan una derrota histórica para la agrupación que gobernara México durante
siete décadas.
El hartazgo social ha superado el
clientelismo cultivado a todos los niveles por el partido de gobierno. El PRI
ya se va, se ha convertido en uno de los tantos lemas de campaña, a tal punto
que hasta su propio candidato ha parecido creérselo. Excepto en la capital,
donde el Mikel Arriola ha logrado colarse en la competencia de lleno, no hay
opciones claras para el partido en ninguna otra parte del país.
El resto de los candidatos se han
concentrado, en buena medida, en intentar capitalizar ese encono y presentarse
como la verdadera alternativa. Incluso el propio José Antonio Meade ha
intentado distanciarse del PRI para venderse como un apartidista, libre de los
males que aquejan a la agrupación. Ninguno como López Obrador, quizás por su
constancia en los últimos 18 años, ha logrado posicionarse como la verdadera
alternativa, aun siendo en sus orígenes militante del mismo partido que hoy es
aborrecido.
El
reacomodo de los medios
El sistema mediático mexicano tiene
notables particularidades en comparación con otros del continente. Carente de
regulaciones importantes, la mayoría de ellos se encuentran en poder de grandes
conglomerados económicos y se han visto reducidos a agentes de relaciones
públicas, abandonando el ideal que presenta a los medios como los perros
guardianes en nombre de la ciudadanía.
Frente a la emergencia de los medios
alternativos, gigantes como Televisa y TV Azteca han visto mermar de modo
significativo sus audiencias. Escándalos como la falsa niña Frida Sofía a la
que se intentaba rescatar de los escombros del colegio Rébsamen luego del sismo
del 19 de septiembre, pusieron la nota culminante en la decadencia del sistema
mediático.
A ello se suma la defensa a ultranza, en
la mayoría de los casos de forma explícita, en otros más velada, de las líneas
establecidas por el gobierno. Resultado de ello, desde el inicio de la campaña
electoral se posicionaron como defensores del status quo, mostrándose como los
más enconados opositores al candidato de MORENA. Pero adaptados a adaptarse,
tal y como había sucedido con la llegada de la alternancia en el año 2000, las
encuestas fueron moldeando la posición de los medios más importantes.
Luego de la entrevista a varias voces
organizada por el grupo Milenio a finales de marzo, la reconciliación comenzó a
ser evidente. Frente a la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador sea el
próximo presidente, los medios han comenzado su proceso de reacomodo, quizás
debido, en parte, a que buena parte de sus ingresos provienen precisamente de
la publicidad gubernamental. Ante el temor de que le cierren el grifo del
dinero, las posturas se han moderado, los analistas insistentemente opositores
han sido despedidos o silenciados y el candidato del PRI dejado a un lado.
De
mentiras y medias verdades
Esta ha sido la campaña de la bilis, del
sentimiento y de la pasión. O a favor de López Obrador o contra él, o
defensores del status quo (que es el PRI o casi lo mismo) o aborrecedores del
partido tricolor. Sin medias tintas, la mentira o las medias verdades se han
posicionado como un elemento central de todas las campañas, desde el
independiente Jaime Rodríguez Calderón hasta el abanderado en las encuestas.
Quizás por aquello de que una mentira repetida
muchas veces puede convertirse en verdad, la guerra sucia ha alcanzado en estas
elecciones niveles insospechados: desde la presentación de imágenes trucadas
para demostrar lo indemostrable hasta el empleo de datos falsos respecto a casi
cualquier asunto al que pudiera echársele mano para ganar unos cuantos votos.
En este cometido de convencer al corazón
apelando al estómago y no a la razón, los debates electorales organizados por
el Instituto Nacional Electoral bajo un riguroso reglamento, lejos de
convertirse en espacios para la presentación de propuestas se volvieron
verdaderos reality shows plagados de descalificaciones, actos del más refinado
cinismo y materia prima para los memes. En ningún caso movieron las
preferencias electorales en uno u otro sentido ni dejaron ver candidatos
preparados, con propuestas sólidas y planes de gobierno bien estructurados.
El país se enfrentó, expectante, a la
peor de sus realidades: la política es hoy incapaz de solucionar (quizás nunca lo
fue) alguno de los graves problemas que vive el país. Las cúpulas partidistas,
como jaurías, se discuten el hueso del poder en nombre del bienestar público,
del progreso y de la justicia. Mienten a todos, incluso a ellos mismos, y lo
hacen con total desparpajo incluso cuando se les pone frente a sus propias
mentiras.
En una especie de realidad paralela, la
política mexicana (salvo excepciones muy contadas), se ha convertido en la
competencia por alcanzar el poder por el poder y este proceso electoral no deja
dudas de ello.
La
recomposición de las élites
Con la augurada pérdida de la hegemonía
por parte del PRI una vez más, es indudable una recomposición de las élites,
tanto al interior de los partidos, como en el gobierno. Las frágiles alianzas
establecidas en tiempos electorales no durarán mucho una vez superado el 1 de
julio, a la vez que la búsqueda de la hegemonía por parte de quien llegue a Los
Pinos será una de las metas fundamentales.
Todo cambiará para que todo siga siendo
igual, es quizás lo más probable. Los cambios más importantes se darán, no hay
dudas, en las élites económicas y políticas, mientras unas pocas migajas
llegarán al ciudadano de a pie, ese que deberá elegir entre cuatro opciones que
convencen poco. Por lo pronto, el sector más importante de la economía (entre
ellos los que ostentan las fortunas más grandes del país) han comenzado el
proceso de reacomodo en función de lo que parece una inminente victoria de
López Obrador.
Luego de una enconada guerra directa e
indirecta entre el sector empresarial y el candidato de MORENA, y las notables
diferencias en relación a la pertinencia o no de construir el nuevo aeropuerto
internacional de la Ciudad de México, hasta el mismísimo Carlos Slim ha
comentado que, de no ganar López Obrador, habrá inestabilidad económica para
México.
El poder es un aliciente demasiado
fuerte como para no limar las más importantes asperezas. Tal y como sucedió en
los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, las élites se reorganizarán,
los que hoy se reparten las tajadas más grandes del pastel recibirán porciones
más pequeñas y otros ocuparán sus puestos. Al menos esa ha sido la historia de
este país, donde el poder ha ablandado hasta aquellos que parecían piedras, y a
eso apuestan no pocos.
Las
redes sociales, otro actor fundamental
Los medios siempre han sido
determinantes en los procesos electorales de cualquier país. Hace apenas unos
años, un par de televisoras en México se consideraban líderes de opinión. Su
contenido, aunque pobre, era decisivo en la toma de decisiones a la hora de que
el ciudadano otorgara su voto en casilla.
Hoy el país vive un cambio significativo
en cuanto a los actores de los procesos electorales: ya no se trata solo de
candidatos, ciudadanos y televisoras. Ahora el show se amplía para incluir en
la ecuación a las redes sociales y las variantes infinitas que estas traen consigo:
memes, modas, tendencias, viralización, hashtags, acceso ilimitado a la
información, etc.
Las redes sociales son una plataforma
muy cómoda para la transmisión de información: videos de pocos minutos,
miniartículos reduccionistas, tweets de unos cuantos caracteres: satisfacción
inmediata. Leemos unas cuantas líneas y de pronto nos parece verdad absoluta.
Es el método perfecto para hacer campaña y contra campaña: explicarle a la
gente rápida y concisamente lo que quieres que asimile provocando olas de
opiniones desinformadas, olas a las que todos quieren entrar por permanecer
“actualizados”, y esto lo han entendido muy bien los candidatos.
Se crean tendencias divisorias: derecha
o izquierda, “prianista” o “amlover”, etc.; y surge la necesidad de pertenecer
a alguna, pero no es opción no pertenecer a ninguna. Ahora, ¿nos hemos
preguntado si el voto es verdaderamente producto de nuestro propio criterio e
idiosincrasia; de una introspección de nuestras propias demandas y necesidades
en conjunto con las del colectivo social o solo es la suma de tendencias, memes
y modas de las que somos parte en redes sociales? ¿el voto será individualmente
pensado o es parte de una colectividad impulsada por Facebook y Twitter?
El peligro latente es el exceso de
información que podría traducirse al final del día en desinformación: ¿qué pasa
cuando le ofreces una variedad infinita de dulces a un niño que solo ha probado
unos cuantos? Una de dos: elige los mismos de siempre o elige aquellos que a su
parecer le parecen más atractivos. Lo mismo pasa con una sociedad que está
acostumbrada a la desinformación televisiva. De pronto llegan las redes
sociales a ofrecernos una cantidad infinita de posibilidades, ¿elegimos lo
mismo o lo que nos resulta más llamativo? ¿nos tomamos el tiempo de investigar
si aquello de siempre es verdad o si lo nuevo y atractivo es fidedigno?
Cada vez vemos más en redes sociales
mexicanas utilizarse términos como capitalismo, socialismo, populismo,
neoliberalismo, etc., a la ligera para engrandecer o ensombrecer a los
candidatos a la conveniencia del autor.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en
internet con imágenes cuyo contenido llamativo podría causar furor entre
nuestros contactos y las compartimos sin revisar elementos básicos como fecha
de publicación, fuentes y veracidad de la información? ¿Cuántas veces se ha
hecho durante esta campaña electoral?
Una breve revisión en Facebook nos hace
coincidir con publicaciones alarmantes como que López Obrador transformará a
México en Venezuela, o que José Antonio Meade elevará deliberadamente los
precios de las gasolinas, que Ricardo Anaya ya está planeando el desvío de
recursos públicos, o que el “Bronco” es un fascista porque quiere “mochar
manos”.
A esto le sumamos que no se brinda
información fidedigna adjunta que los avale y peor aún, que la gente comparte
estos datos sin saber si quiera si son ciertos creando una cadena de
desinformación que pronto se viraliza provocando una tendencia ideológica y
política que se ve reflejada no solo en las encuestas, sino en la propia
opinión de las personas y en su toma decisiones a la hora de votar. De pronto nos
eoncontramos con personas que juran que este candidato o el otro son lo peor
que le puede pasar a México respaldándose en las redes sociales como su fuente
primaria de información.
Es innegable el poder que las redes
sociales tienen hoy en el caso mexicano. De hecho, ¿podríamos reconocer la
actual campaña electoral sin las redes? Éstas no solo son decisivas en la
elección de un nuevo presidente, serán clave durante su gestión.
No hay que malentender, la influencia de
las redes sociales no es negativa en su totalidad: tal vez sea la necesidad de
tener participación, voz y voto en las últimas tendencias o quizá sea
verdaderamente una búsqueda por el cambio estructural en las formas de gobierno.
Quizás es solo hartazgo colectivo por las claras fallas del sistema establecido
o sea pura curiosidad y deseo de encajar en los debates virtuales.
En cualquier caso, la importancia de las
redes sociales en este proceso electoral, en particular entre los jóvenes
milenials, ha crecido de modo notable en comparación con contiendas anteriores.
En esta especie de realidad paralela la discusión va en otro sentido, unas
veces de la mano de los medios tradicionales y otras por sus propios cauces.
Nunca neutral, las voces se escuchan más claras y fuertes, sin mediaciones ni
mediadores, lo que permite tomarle el pulso el país de primera mano.
Una
reflexión final
Si el 2 de julio los mexicanos amanecen
con la noticia de que el presidente del país es otro que no sea Andrés Manuel
López Obrador, la inconformidad se extenderá como pólvora con efectos
incalculables, y de eso se han encargado todas las encuestadoras nacionales e
internacionales.
El hartazgo social no aguanta más y,
parece ser, que solo un fraude masivo y de proporciones nunca antes vista hará
posible que el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional no gane, en
este su tercer intento, la primera magistratura del país.
Más allá de lo que suceda el domingo en
las urnas, son muchos y muy complejos los problemas que vive México como para
creer que un hombre y un sexenio serán suficientes para solucionarlos. Crucial
serán estas elecciones, din dudas, en tanto posibilitarán explorar otras
alternativas e impulsarán una recomposición de las élites económicas y
políticas como nunca antes. En cualquier caso, el lunes despertaremos en el
mismo país.
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