Por Mauricio Escuela
Tomado del blog Aventuras sigilosas
Cuando Alejandro García
Caturla llegó a París, supo orientarse entre la madeja de la gran ciudad sin
necesidad de conocer una palabra de francés, tal detalle asombró a su amigo
Alejo Carpentier quien lo recibía para ponerlo luego en las manos de la
profesora de música Nadia Boulanger. Ello, la propiedad de ubicarse en una gran
urbe, era prueba, diría luego el autor de “El Reino de este Mundo”, del genio
del muchacho de Remedios. Pronto forjaron una unidad en el arte y en la vida,
muchos textos de Carpentier serían llevados al pentagrama por el joven músico
remediano. Caturla quería conocerlo y palparlo todo, en el París de 1928 la
vida no era cara, por eso muchos artistas de América se establecieron allí.
En cartas a su madre,
Alejandro se quejaba de que la vanguardia europea estaba ya en decadencia, ni
los propios ballets rusos lo impresionaban y la música de Igor Stravinski, que
antes fuera impetuosa, estaba regresando a los moldes burgueses. Y es que el
remediano llevaba un ansia profunda de ruptura, de crítica al orden
establecido, era un talento irrefrenable. Nadia Boulanger diría que nunca tuvo
un alumno con esa capacidad creativa, tanto París, como Cuba, se quedaban
pequeños ante los arpegios salidos de la imaginación de aquel poeta de la
música con rostro de niño, piel delicada y cuerpo pequeño. Pero Europa no era
el principio, toda la historia había empezado el 7 de marzo de 1906 en una
villa colonial, justo cuando el nacimiento de la República de Cuba marcaba la
decadencia de un modo de vida y la llegada de nuevos estilos y espíritus.
Un falansterio, una tarja mal puesta, una ciudad perdida
La casa donde aquel mes de
marzo naciera Alejandro, sita en la calle José Antonio Peña, entre León
Albernas y José Agustín, es hoy un solar, nombre cubano dado a los falansterios
donde viven demasiadas familias. Nadie podría distinguir, entre las divisiones,
la arquitectura original de aquel sitio. Una tarja mal colocada en la pared de
la fachada contiene errores en las fechas y se ha caído innumerables veces. La
ciudad le debe al genio remediano quizás una estatua, iniciativa que por
momentos resuena en los portales, pero que queda en el dicho.
Remedios venía de ser la
cabecera de una grande y próspera jurisdicción, que abarcaba desde la península
de Icacos hasta Morón, en la provincia de Ciego de Ávila, con muchos ingenios y
sembrados dedicados a la industria del azúcar. La zona se conocía además como
Vueltarriba, productora de un tabaco exquisito, el preferido por los ingleses
para fumarlo en sus pipas en forma de picadura. Pero tras la primera guerra
entre españoles y cubanos, el gobierno colonial decidió una nueva
administración política y territorial y la otrora próspera ciudad perdió todas
sus posesiones. Reducida a la cabecera prácticamente, se detuvo el crecimiento
urbano, la villa nunca entraría en el siglo XX, quedando su arquitectura como
un museo de la vida en la centuria anterior.
Tal era el contexto
conservador en que vendría al mundo el niño, en medio de dos familias
acomodadas. El padre, Silvino García, fue comandante del Ejército Libertador y
participaba de la política local, la madre Diana de Caturla se contaba entre
las mujeres más cultas de Remedios. No obstante aquella educación a la europea,
Caturla tuvo mayor contacto con sus nodrizas negras, quienes le enseñarían
cánticos africanos, germen de un gusto que el muchacho iría desarrollando con
el pasar de los años y que lo llevaría a transgredir barreras musicales,
sociales, familiares, sexuales.
En un Remedios donde el
partido conservador ganaba las elecciones cada año y los negros y los blancos
vivían separados, sin poder siquiera cruzarse en la misma senda por el parque;
Alejandro García Caturla comenzó a asistir desde adolescente a los bembés del
barrio La Laguna, a los toques de tambor en los más recónditos poblados del
municipio. Sus ojos se desorbitaban cuando veían a los “ases” del bongó y de la
rumba poner a bailar a la gente, que casi de inmediato caía con algún santo
montado. Cuando se iba al cine acompañado casi siempre de jovencitas negras,
era habitual el comentario entre sus parientes de que Alex “se había vuelto un
descarado”.
Muy pronto, el chico
demostró que era capaz de amar más que nadie, uniéndose con Manuela Rodríguez,
la criada de la casa, también de raza negra, esta unión fue sancionada con
recelo por la familia Caturla y la sociedad. Con su corta edad, 16 años,
Alejandro no era capaz de sostenerse económicamente, su padre Silvino no estaba
dispuesto a sufragarle aquellas aventuras amorosas, pero sí una carrera
universitaria. En enero de 1923 el joven llegó a la Habana, donde quedó
deslumbrado. Atrás estaba Remedios con su catolicismo y las torres de las dos
iglesias, una frente a la otra, con el tiempo detenido.
Descubriendo
al genio
En los países pobres los
genios a menudo mueren también en la miseria, debido sobre todo a la escasa
oportunidad de triunfo profesional. Unas pocas ciudades pueblerinas y una
capital pueden condenar al ostracismo a un Mozart o a un Byron. Cuba ha sido
así, más aún en la época del Machadato (mandato del dictador Gerardo Machado),
quien al tratar de convertir a La Habana en el París de América sólo logró
tornarla un caos de represión y atraso cultural, pues los artistas genuinos
apenas existían en forma de cenáculos malmirados. El Minorismo era uno de esos
grupos, el más importante, que nucleaba a estudiosos de las vanguardias
europeas y de la cultura cubana. Allí Caturla trabó amistad con Alejo
Carpentier, Emilio Roig de Leuchering, Fernando Ortiz, todos ellos interesados
en el negro como un ente social imprescindible. Aquel muchacho que había
llegado de Remedios, el estudiante de Derecho, ahora encontraba razones de
justicia para defender y amar más aún lo afrocubano.
A menudo Carpentier se
adjudicaba el descubrir el genio de Alejandro. El escritor decía que lo vio en
medio de un cine tocando al piano trozos de clásicos para amenizar una película
silente. Así se ganaba Caturla la vida y le pagaba a Manuela el sustento de los
primeros hijos. Lo cierto es que en la Habana se forjó el talento de ese gran
compositor, en medio de las clases de teoría musical que le hicieron ver un
camino propio en lo nuevo y lo negro. Durante el estudio de su carrera
alternaba entre la capital y Remedios, entonces se encendió su deseo por la
hermana menor de Manuela, Catalina, y allí sí estalló el furor de los prejuicios.
Lo cierto fue que Caturla amó ambas mujeres a la vez y tuvo con ellas once
hijos.
El
Juez que conoció la miseria humana
Ya graduado de Derecho,
Alejandro García Caturla retornó a Remedios, donde colocó en la fachada de la
casa familiar, sita frente al parque José Martí, una tarja: Dr. García Caturla,
abogado. Muy pronto la comarca sabría de la rectitud y los aportes del joven
juez, carrera que alternó con la composición y la escritura de cartas a sus
amigos de La Habana, sobre todo a Carpentier. En tanto, sus composiciones
afrocubanas ya se estaban dando a conocer y artículos elogiosos aparecían en
las revistas acerca de los dos grandes músicos de la época, Amadeo Roldán y
García Caturla. Como jurista comenzaría la lucha contra todo lo podrido, así,
el abogado ganó una porfía contra McNamara, padre del futuro político
norteamericano Robert McNamara, familia establecida en Caibarién. En Ranchuelo
defiende a los obreros de la fábrica de cigarros contra sus dueños, los
hermanos Trinidad (fundadores de un emporio radial en la Cuba de entonces),
hizo lo mismo con los jornaleros de la región central a quienes se les pagaba
con bonos y no con dinero.
Varias reformas a los
códigos por entonces vigentes propone Caturla, pero sobresale su proyecto de
legislación para regular las sanciones a los menores de edad, medida que
adecentaría dicho proceder en la isla. Su mayor combate fue contra el juego,
mal que por entonces corroía la sociedad. El 17 de octubre de 1940 el juez
Caturla juró fidelidad a la nueva Constitución, esa que prometía un futuro
mejor a la patria, y el 19 de ese mismo mes debió solicitar garantías para su
vida, pues recibió amenazas de la policía y el ejército asentados a nivel
local. Lo tildaban de “negrero”, inmoral, engreído, etc…
Y
llegó el silencio
Era fácil matar a Caturla,
él hacía el mismo recorrido diario: de su casa al juzgado, de allí al correo
(las cartas, que lo mantenían al tanto del mundo artístico) y de vuelta a la
casa. Las mismas calles, la misma esquina…En Remedios su música no era
entendida, recibió la rechifla de la chusma en el Teatro Miguel Bru y decidió
fundar una orquesta en Caibarién, proyecto mastodóntico que apenas ofreció
pocas presentaciones. Aunque conocido en el extranjero y estrenado su
repertorio en Barcelona, París, Moscú, el genio sentía que sus fuerzas
creadoras se agotaban. Soñó con dejar el Derecho, irse a La Habana, volver a
Europa. No dejaba de componer todas las tardes, con las ventanas de su estudio
abiertas, las mismas desde las cuales miraba hacia las calles Maceo e
Independencia, encrucijada donde el 12 de noviembre de 1940 lo abordó un
conocido maleante de nombre Argacha Betancourt, a las seis y treinta de la
tarde. La discusión entre ambos fue breve, como los disparos que le cercenaron
la vida al abogado. Era fácil matar al hombre, el asesino corrió hasta meterse
en el cuartel de Remedios, donde recibieron con júbilo la noticia. Silvino
García se desmayó al enterarse, ni él ni Diana jamás pudieron recuperar la
salud. Desde toda la isla, los intelectuales se pronunciaron contra el suceso.
La nueva República nacía manchada con la sangre de un genio.
Su cadáver recorrió la
ciudad en medio de multitudes ¡mataron a Alejandrito!, aun los que lo
calificaban de loco, sintieron la pérdida. La ciudad de Caibarién colocó una
tarja en el lugar del asesinato, homenaje de un pueblo humilde a un gran
creador. Una de las últimas obras compuestas, “Berceuse campesina” anunciaba la
unión entre lo negro y lo campesino, o sea la síntesis de lo nacional. Ese
mismo día fatídico, 12 de noviembre, la BBC desde Londres rendía un minuto de
silencio a Alejandro García Caturla.
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