Imagen: Laura Barrera Jerez |
Por Eduardo
Pérez Otaño
La mañana en que los hombres de Batista andaban por
todas partes, estaba sentado al costado del Payret, limpiando botas. Su color y
su progenie no le habÃan permitido llegar a más. Su madre, una negra
descendiente de haitianos emigrados, apenas pudo enseñarle a escribir su
nombre: Pedro Remigio, sin más apellido ni abolengo.
-La gente no querÃa más jodedera ni más lÃo. Cuando
empezaron a decir que Batista habÃa asaltado el Palacio mi madre, que en paz
descanse, encendió una vela a la virgen de Regla. “¡Eso no traerá ná bueno,
mijo!”, me dijo. Y asà fue.
Con sus 14 años bien cumplidos cargaba con su caja,
unas latas de betún y el cepillo. Donde podÃa plantaba y ahà mismo procuraba
lucharse lo del dÃa, que apenas le alcanzó para alimentar a la vieja, ya
enferma de tanta pobreza.
El otro dÃa que recuerda fue cuando La Habana se llenó
de gente dando gritos y abrazándose. Otros cerraban las puertas y ventanas,
recogÃan sus cosas y se escondÃan de lo que venÃa.
-Ahà mi madre, ya medio ciega, dando tumbos llegó
hasta donde estaba la misma virgencita de Regla y le prendió otra vela. “¡Eso
traerá cosas buenas, mijo!”.
Eran los primeros dÃas de enero del año cincuenta y
nueve. Y entre tanta revoltura por todas partes, Pedro procuraba no faltar a
las labores del puerto. HacÃa meses que lo contrataban si le necesitaban.
Cargaba sacos o lo que hubiera que cargar, mientras en las noches se hacÃa
planes, “por si las cosas mejoran”.
Ya con 21 años malvividos se vio en medio de una
tormenta. Y cuando las aguas se comenzaron a calmar se metió en eso de las
milicias, “pa ver si pagaban, aunque sea un poco”. Luego lo colaron en la
Facultad Obrero Campesina y no salió hasta el dÃa en que pudo escribir su
nombre con todas las letras.
-Mamá murió ciega y sin mente, pero feliz. Yo creo que
murió feliz de que ya no tuviera que limpiar zapatos ni cargar como esclavo.
Lo conocà un dÃa de esos en que parece que no sucederá
nada importante. Sentado en el malecón, con la mirada perdida en la infinitud
del mar, esperando algo de vuelta.
-Esto es una promesa que le hice a la virgencita de
Regla, ¿sabes? Le prometà que vendrÃa todas las tardes para estar cerca del mar,
hasta que regrese Pedrito de HaitÃ. Lo mandaron para allá el año pasado.
Ya de vuelta a casa, con sus casi ochenta años, el
viejo Pedro pasa frente a la virgencita que fuera de su madre y enciende la
vela porque no le gusta dejarla a oscuras. No mientras su hijo, médico
intensivista de la Henry Reeve, esté en tierra desconocida. Al lado de la
efigie conserva la caja que usaba como limpiabotas y más arriba el tÃtulo de
médico de su hijo: tres medallas a la obra de su vida.
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